LA DOÑA MALENA
Zaragoza es
un pueblo minero. Hasta aquí llegan muchas putas atraídas por la bonanza de la coca o la fiebre del oro. Las recién llegadas
aspiran rápidamente a llenar la alcancía
de su vientre y escapar. Pero Malena se quedó. Armó un cambuche con
letrina de porcelana y dedicó su vida entera a cobrar sus noches de polvos con
polvo y llenar el socavón de sus orgasmos con pepitas de oro. Desvelos que
compensaba las tardes del lunes frente al río tasando una y otra vez la fortuna
acumulada, que no era más que una tinaja llena de recuerdos mezcla de coca, oro
y semen. Quizá fue el oropel de esta fortuna lo que le impidió a la Doña Malena
percatarse de que los clientes hace mucho se habían ido, que había
envejecido, que su piel tenía sabor a sentina, que su vulva era un dolor
herrumbrado y que toda ella semejaba un sifón oxidado por orines.